Nuestras habitaciones estaban en otro edificio que no era el de la entrada en recepción. Para llegar a ellas había que realizar una excursión: al final de un largo pasillo se bajaba un piso, o por escaleras o en ascensor, después un pasillo más largo que el anterior, a modo de búnker, nos permitía llegar a los ascensores para acceder, ya en el otro edificio, más deteriorado que el principal, a las habitaciones. Y éstas eran amplias, sí, pero contaban con dos camas más bien pequeñas, con mobiliario de cuando se fundó el edificio, un baño más bien penoso, con una luz menos que insuficiente. Las instalaciones eléctricas deplorables, sobre la mesa donde se ubicaba el televisor una regleta con tres enchufes ocupados, el resto de enchufes situados en lugares incómodos, próximos al suelo. En fin, habida cuenta de el precio de la habitación, la experiencia fue ingrata tirando a deplorable.